El aberrante caso de las Brujas de Salem

En el siglo XVII los juicios por brujería no eran algo inusual en las Colonias Británicas del este del actual Estados Unidos. En algunas localidades de la zona conocida como Nueva Inglaterra, como Connecticut, Boston y Springfield, se produjeron cerca de una veintena de casos, aunque el más recordado, cruento e impactante se celebraría en el poblado de Salem, en la colonia inglesa de Massachusetts.

En 1688 habían sido ahorcadas varias mujeres en Salem –como Ann Glover, una adinerada vecina aparentemente libre de toda sospecha- acusadas de practicar la brujería. Por eso, cuando en febrero de 1692, en esa pequeña villa de Nueva Inglaterra enclavada entre pantanos y habitada por laboriosos puritanos, comenzaron a sucederse perturbadores testimonios de blasfemias, maldiciones y escandalosas visiones de niñas desnudas encendiendo velas en un claro del bosque, mientras repetían una malévola letanía convocando a supuestos demonios y frotaban lascivamente sus cuerpos unas con otras, todos los vecinos se pusieron en estado de alerta.

La hija del pastor Samuel Parris, Betty (de 9 años), y su prima Abigail Williams (11 años), fueron las primeras que empezaron a comportarse de manera extraña, influenciadas al parecer por Tituba, una esclava de las Antillas que trabajaba como sirvienta en la casa de los Parris y que solía adorar fetiches, leer el futuro en las claras de los huevos y enseñarle a las niñas del pueblo trucos de manos. Al poco tiempo, las dos niñas comenzaron a sufrir convulsiones en público, pronunciar palabras y frases sin sentido, estallar en llantos súbitos sin motivo aparente, y a tener “comportamientos bestiales”, según las crónicas de la época, aunque hoy se cree que intentaban ocultar en realidad los juegos sexuales de Betty y Abigail, a las que pronto se unió Ann Putnam, una niña de 12 años que era hija de una de las familias más ricas y notorias de la villa. Esta última, de hecho, una vez llegó del bosque ubicado en las cercanías de Salem y les relató a sus mayores que “luché contra una bruja que quería decapitarme”.

William Griggs, el médico de Salem, después de examinar a las tres niñas, sentenció que “no hay ningún problema físico que cause ese comportamiento. No hay dudas de que se trata de la influencia directa del demonio”. Luego que el caso pasara a manos del Reverendo Samuel Parris, quien al igual que el resto de los habitantes de Salem creían en las brujas y su influencia como la única razón posible del extraño comportamiento de las niñas, éstas, para eludir un potencial castigo que podía llevarlas a la horca, culparon a la esclava Tituba, la antillana de la tribu wabanaki, de iniciarlas en ritos satánicos.

Después que se iniciara el juicio para aclarar el extraño caso, a cargo de los magistrados Howthorne y Corwin, y con la sala del tribunal totalmente atestada, Tituba, para eludir las atroces torturas que la esperaban, confesó públicamente que “he visto al diablo en el bosque. A veces toma la forma de un hombre muy alto de pelo negro, o de perro negro, o de cerdo, y he visto a un pájaro amarillo besar el dedo de otra bruja, y Betty, Abigail, Ann Putnam, Sarah Osborne, Sarah Good…¡están al servicio de satanás!

Y he visto el nombre de otros vecinos en el libro del Mal…” Según aclaró la misma esclava, un misterioso hombre le había entregado un libro en el que figuraban todos los nombres de las brujas que había en Salem.

El grupo de niñas que había comenzado todo el histerismo, en tanto, comenzaron a señalar y acusar a diferentes personas: cuando veían a alguna supuesta bruja o persona con algún pacto maligno, las jóvenes enmudecían, se quedaban paralizadas e incluso se tiraban al suelo y se retorcían. Ante el teatral e impactante espectáculo que habían montado, parecían estar realmente poseídas, por lo que el pueblo de Salem no puso en duda sus graves acusaciones.

Uno de los magistrados, en un momento del juicio, se preguntó: “¿Qué pasa? ¿Por qué desde el bosque llegan aullidos, gritos destemplados y palabras incomprensibles? Algunos han visto a las niñas, en lo más hondo del bosque… ¡bailar desnudas!, unir sus cuerpos con lascivia para ofender a Dios, y también se ha visto volar a pájaros negros con sus picos sangrantes, perros furiosos enviados por los siete demonios. Seguramente las inocentes niñas son ya siervas de satanás”.

Después del testimonio de la esclava Tituba, que supuestamente demostraba -según uno de los magistrados- las inequívocas señales de que algo innominado y perverso estaba “apoderándose de nuestra pacífica aldea, en la que ya no habrá peces que pescar ni buenas obras del alma”, serían arrestadas varias vecinas. Dos de ellas serían Sarah Osburne, una terrateniente que se había granjeado el odio de sus vecinos a través de sus escasas demostraciones de fe ante la comunidad; y Sarah Good, una indigente que se encontraba embarazada al momento de su arresto.

Esto sería sólo el principio de la caza de brujas, pues pronto las acusaciones se hicieron masivas, ya que algunos vecinos aprovecharon el pánico general para arreglar sus propias rencillas personales. Tituba, por ejemplo, inculpó a una mujer llamada Martha Corey, cuya familia se había opuesto a la idea de la familia Putnam -una de las más conocidas de Salem y que participó activamente en los Juicios de Salem- de crear una nueva iglesia, porque de ese modo todos deberían pagar más impuestos.

Hoy, tres siglos más tarde, todavía se intenta dilucidar los motivos por el que la tranquila comunidad de Salem explotó en ese peligroso y mortal delirio de brujas y perturbaciones demoníacas. La teoría más aceptada insiste en afirmar que los puritanos, una facción radical del protestantismo calvinista que gobernó la colonia de la bahía de Massachusetts prácticamente sin control real desde 1630 hasta 1692, atravesaron un período de alucinaciones masivas e histeria colectiva provocadas por el fanatismo religioso.

Otra sorprendente explicación científica, en tanto, afirma que el pan de centeno fermentado que solían comer en esa época los habitantes de Salem contenía micotoxinas derivadas del hongo Claviceps purpurea (o cornezuelo de centeno), que acarrea alucinaciones y efectos similares al famoso alucinógeno LSD.

Monumento de piedra levantado en el año 2017 por la comunidad de Salem, en Massachusetts, para recordar a las 19 personas que fueron ejecutadas en 1692, acusadas injustamente de brujería.

Como sea que fuere, hoy se cree que el célebre caso de las Brujas de Salem no fue otra cosa que una gran histeria colectiva derivada del fanatismo religioso, venganzas entre familias por intereses, explosión de la precoz y reprimida sexualidad de algunas niñas, superstición, ignorancia y puritanismo llevado a su paroxismo.

En 1950 el dramaturgo norteamericano Arthur Miller escribiría su famosa obra “Las brujas de Salem” (“The Crucible”, en inglés), basada en los hechos que rodearon a los juicios de brujas de Salem, Massachusetts, en 1692, aunque en realidad era una velada y artística metáfora contra el macartismo, la persecución política desatada en esa década por el fanático senador de Estados Unidos Joseph McCarthy contra cualquier persona o suceso que se le antojara comunista. Desde entonces, los luctuosos y cruentos acontecimientos de los Juicios de Salem han sido usado retóricamente en la política y la literatura popular como una advertencia real sobre los peligros a los que puede llevar el extremismo y fanatismo religiosos, la intromisión gubernamental en las libertades individuales de las personas, las acusaciones falsas y los fallos e injusticias en los procesos judiciales.

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